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La historia de Cuba se circunscribe erróneamente para muchos al proceso revolucionario que la mantiene secuestrada desde 1959. La construcción del socialismo y el antinorteamericanismo militante han sido las coartadas para justificar dicho secuestro; para consagrar a un individuo carismático y paranoide como líder de la revolución mundial, para camuflar “errores” que no lo son y exhibir logros inexistentes. La violencia y la intimidación han sido los instrumentos para inducir la desesperanza, fomentar el sometimiento, estimular la simulación como estrategia de supervivencia, y para empujar a millones de cubanos a la enajenación, al suicidio o al éxodo sin retorno.